viernes, 5 de junio de 2015

Desde el fondo del olvido


Sus ojos llenos de lágrimas lo miraban con impotencia. Parecía querer decir muchas cosas, pero él ya no quería escuchar. Excusas. Estúpidas excusas. Ya nada de lo que ella pudiera decir cambiaría lo que había pasado. Nada volvería a ser igual. El suelo donde hasta hace unos minutos se encontraban sus pies parecía haber desaparecido. De un momento a otro, toda su vida había cambiado. Todos sus planes. Su manera de verse a sí mismo y de verla a ella. El alcohol en sus venas no le permitía pensar con claridad y le costaba mantener el equilibro. Quería golpear algo hasta quedarse sin fuerzas.

¿Que las cosas habían cambiado? ¿Que ya no estaba segura de nada? ¿Y todo lo que ÉL había sacrificado? ¿Todo lo que había dado por ella? ¿Ya no le importaba? ¿Así de fácil era sacar una sonrisa triste y disculparse? ¿Así de fácil era botar tantos años a la basura? Si no sabía bien lo que quería, ¿Cuándo iba a estar segura entonces? La ira se apoderó de él y dejó escapar una risa irónica. Ella estaba en medio de algún ridículo discurso que él ya no quería oír. Se acercó a la botella de ron que estaban compartiendo, la abrió y tomó un sorbo grande, hasta que sintió que su boca y su garganta se encendían en llamas. Tomó un sorbo más. Y sintió un par de brazos cerrarse a su alrededor. Un calor agradable, familiar, pero que en ese momento se sentía repulsivo y terminó de desatar su furia. La empujó con tanto cuidado como le permitía su estado. Le gritó que no lo volviera a tocar y tomó un sorbo más de alcohol.

¿Por qué no se había acostado con alguien más cuando había tenido la oportunidad? ¿De qué mierda le había valido el respeto hacia ella si al final ella había renunciado a todo, había arrojado su amor al suelo y lo había pisoteado? Se había burlado de él. ¿Y si ella se había acostado con alguien más? ¿Y si esa era la razón de su “confusión”? Sólo pensarlo le abría una llaga en el pecho…

Desearía haberla engañado. Haberse acostado con todas y cada una de las mujeres con quienes hubiera tenido una sola oportunidad.

Aún podía hacerlo. Pero ya no era lo mismo. Ella lo había botado a él. Se había dado el lujo de jugar con él. Por una milésima de segundo quiso haberla apartado con más fuerza… pero no era capaz de hacerle daño. No podía. La amaba.

Maldita fuera. Una y mil veces maldita.

Volvió a escuchar su llanto, y sus palabras atropelladas. Tomó el último sorbo grande de ron y estrelló la botella contra la pared. La echó de su casa a gritos, y sólo cuando vio la puerta cerrarse detrás de ella, se dejó caer en el suelo. Y lloró. Lloró porque la odiaba, la detestaba, no la quería volver a ver. Lloró porque la amaba, porque quería que ella estuviera bien… lo más importante para él era su felicidad. Lloró porque se sentía solo como nunca antes. Lloró porque ya no había un “nosotros”. Y no lo habría jamás. Lloró porque ya no había otra cosa que pudiera hacer.

Lo despertó una punzada en la cabeza cuando el sol entró en el cuarto. Se dio media vuelta en la cama sin recordar exactamente lo que había sucedido. Sintió un horrible ardor en la mano derecha, y al abrir lentamente sus ojos, notó que las sábanas estaban manchadas de sangre. Sintió el aroma al pelo de ella en la almohada, y súbitamente las náuseas se apoderaron de su cuerpo. Como pudo se sentó en la cama y se inclinó hacia un lado. Sintió unas violentas arcadas y desocupó su estómago en la alfombra negra que ella le había regalado.

Se dio cuenta de lo inmundamente patético que era.

Y hoy que estoy tan despiadadamente solo
hoy que juegas juegos para ver si me amas
hoy que tus proyectos ya no van conmigo
Ni te sientes tan segura de mi amor
Linda hoy te pido que me des respiro

Había pasado siete años haciendo planes. Siete años teniendo esperanza y amor. Siete años ahorrando. Y ya no tenía idea de cuántos de esos años había pasado siendo un ingenuo. Un auténtico imbécil.

Voy a detener esta carrera absurda
El amor no es algo que se busca en otro

Intentó recordar todo lo que había pasado, y entender cómo había llegado a ese punto. Se habían reunido para celebrar el nuevo trabajo de ella. Se suponía que todo iba a ser perfecto. Levantó la mirada y vio que aún estaban los platos sucios en el comedor. Las flores, las velas. Se había acabado la champaña y habían seguido con el ron.


Metió la mano en su bolsillo y sintió la caja forrada en terciopelo. La sacó y la arrojó hacia una pared con furia. Sintió que el vacío en el pecho era mucho más fuerte que el dolor de cabeza. Por lo menos, pensó, no había alcanzado a decírselo. Nada más triste que eso, ¿o si? Pedirle matrimonio a una mujer que está a punto de decirte que ya no te ama. Estar al lado de alguien que sólo siente lástima por ti. 

Déjame soñarte entre tus delfines
Déjame sentir que todavía estás
No te me aparezcas para ver que no eres
La mujer que tanto, tanto yo amé

Recordó todas las tardes que habían pasado planeando su futuro. Sus ojos cargados de ilusión y sus sonrisas pícaras. Recordó las veces que había imaginado cómo serían sus hijos. Incluso habían pensado en los nombres. Todas las veces que la había sorprendido preparando una cena especial. Y aquellas ocasiones en que había cruzado el país en tren sólo para poder verla. Había hecho tantos sacrificios durante los últimos años sólo para poder irse a vivir juntos al cabo de ese tiempo, que ya no podía recordarlos todos.


Y le costaba creer que unas horas atrás para ella hubiera sido tan fácil decirle que ya no lo quería. Que necesitaba tiempo. Deseaba con todo su ser poder odiarla, pero simplemente no podía. No podía no creer en sus palabras, en su llanto, en su desesperación. Parecía impotente. Parecía sincera.

Ni siquiera llames, no digas mi nombre
Quiero recordarte estando junto a mi
quiero despertar pensando que estás cerca
quiero despertar sin despertar

No lograba descubrir en qué había fallado. Cuando se había roto lo que tenían. Cuando había quedado él solo. Porque estaba seguro de que ella lo había amado. Se lo habían dicho sus ojos todas esas veces en que sólo se recostaban y se miraban fijamente, y hablaban de banalidades de la vida. De experiencias y recuerdos felices, y otros que no lo eran tanto. Los ojos de ella brillaban cuando lo veía.

Habían viajado a todos los lugares a los cuales él podía llevarla sin sacrificar sus ahorros. Habían visto muchas ciudades juntos. La llenaba de sorpresas y jamás dejaba pasar un mes sin darle un obsequio conmemorando su primer día como novios. ¿En qué momento las cosas se habían roto?

Y los girasoles que sembré en tu vida
Te parece hoy que no eran tan bonitos
Las conversaciones y el spaghetti...
todo lo que fuimos nada vale ya
Los hijos que nunca ya vendrán contigo

Incluso, le parecía, las peleas con ella eran maravillosas a su manera. Había fuego entre los dos. Jamás se habían faltado al respeto, pero sí que podía sentirse la fuerza del temperamento de ambos cuando tenían una discusión. Finalmente ella sonreía un poquito y le daba un beso en los labios. Después de eso, lo demás era historia.

Deja de alargar esta muerte tan lenta
Deja de decir que ya no sientes nada... ya lo sé
Déjame soñarte entre tus delfines
Déjame sentir que todavía estás
No te me aparezcas para ver que no eres
La mujer que tanto, tanto yo amé.

Se sentía agotado, y le dolía cada pensamiento que cruzaba su cabeza. Todo en esa casa le traía su imagen a la mente. Las veces que ella había ido a verlo y se sentaba a leer libros en el sillón marrón; las noches que ella había pasado allí y se acostaban desnudos junto a la chimenea. Los días que ella se quedó allí mientras adecuaban su nuevo hogar. El que marcaría el inicio de su nueva vida, ya que por fin podrían vivir en la misma ciudad. Y dentro de poco habría significado el inicio de su vida de casados, aunque ella no supiera que él llevaba mucho tiempo ahorrando para comprarle un anillo lleno de diamantes y darle la hermosa boda de la que la había oído hablar con sus amigas alguna vez.

Su sonrisa. Sus ojos. Su aroma. Su cabello. Sus manos. Su cuerpo. La tenía enterrada hasta los huesos y su sólo recuerdo lo alteraba completamente. Y ahora sentía que acababa con él lentamente. Que el vacío se extendía en su interior y poco a poco iba dejando de sentir dolor... felicidad... amor... miedo. ¿A qué temerle si pierdes lo único que te importa?

Ni siquiera llames, no digas mi nombre
Quiero recordarte estando junto a mi
quiero despertar pensando que estás cerca
quiero despertar sin despertar

Y por primera vez en su vida, no tenía idea de cómo seguir adelante. Ella siempre había estado ahí para guiarlo. Siempre le había dado ánimo, y siempre había sido su consuelo cuando algo salía mal. A su lado no tenía miedo de caer, porque ambos caían y se levantaban juntos.

Voy a detener esta carrera absurda
El amor no es algo que se busca en otro

Y en ese momento pudo escuchar claramente el sonido de la puerta.

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No sé si necesito decirlo pero... la canción es de Juan Fernando Velasco, y sentí la urgencia de escribir esto mientras la escuchaba en mi carro, así que aquí está. Si les gusta, o si lo odian, pueden dejar un comentario, o escribirme en facebook o qué sé yo. Gracias por leerme y lamento que la mayoría de veces que escribo así sean cosas de este tipo. Pero es lo que más me gusta escribir. ¡Un abrazo!


martes, 31 de marzo de 2015

Infancia

¿Cómo sería volver a aquella época? Cuando no había razón alguna para preocuparse por el peso, la talla, el qué dirán... cuando no había que pagar impuestos, ni cuentas. Cuando no era obligatorio asistir a asambleas de propietarios donde un montón de personajes manifiestan su descontento de la manera menos cordial posible y jamás se alcanza un acuerdo. Cuando no te preocupaban los gérmenes de los baños públicos. Cuando, si tuviste una infancia como la mía, el internet era un lujo desconocido y la diversión se encerraba en los detalles más simples. Cuando todo te impresionaba. Cuando no estabas lleno de prejuicios que hoy te hacen sentir culpable, al notar que rechazas personas valiosas antes de conocerlas por las tonterías que te impone una sociedad. Cuando tus mayores problemas eran cosas que hoy consideras nimiedades. Cuando no te enterabas ni siquiera de la mitad de los problemas que estaban a tu alrededor. Ni tenías que amargarte la vida con una tesis para graduarte y "ser alguien en la vida". Es más, tu versión de "alguien en la vida" era un cantante, un bombero o quizás, como en el caso de mi hermano, un conductor de camión de la basura. 

Aquella época cuando podíamos soltar toda responsabilidad de nuestras cosas y, en últimas, pedirle a nuestros padres que las cargaran. Ese tiempo donde no comprendíamos el concepto de "salario mínimo" y en que, independientemente de la situación económica de nuestros padres, no entendíamos por qué no nos compraban aquel juguete tan anhelado. O un perrito para navidad. Todo parecía tan fácil cuando éramos niños. O tal vez al crecer perdimos la fe, y la confianza. (Y el polvo de hada). 

Y ni qué decir de la época que viene justo después de la infancia. La adolescencia... Vaya, eso sí que realza las virtudes de la niñez. Puede que ninguna época de la vida sea perfecta, pero para muchos, la infancia fue una época dorada cargada de recuerdos buenos y malos, recuerdos nítidos y recuerdos borrosos que van mostrando el camino hacia cómo cambiamos y cómo llegamos a ser quienes somos hoy. Porque mucho de lo que somos viene de aquella vez cuando alguien nos golpeó o regañó por primera vez. O cuando alguien nos recibió en sus brazos y nos defendió de un peligro. O de esa vez cuando te despertaste y no había nadie en casa. O de los abrazos que nos daba nuestra madre a pesar de que, presa del agotamiento, no pudiera dar un paso más. 

La infancia está subvalorada. Por los mismos niños, por supuesto, porque los adultos pasamos tiempo recordándola y en ocasiones, deseando volver a vivir esa sensación de tranquilidad, de depender de alguien y no tener que preocuparse por nada. De poder hacer travesuras sabiendo que lo peor que puede pasar es un regaño paterno. Y los niños, por supuesto, pasan su tiempo jugando a ser adultos. Desesperándose por no poder, por cuestiones de altura, montarse en temerarias montañas rusas. O porque su edad les impide ver ciertas películas, o escuchar conversaciones "de grandes". 

"Juventud, divino tesoro, ¡Ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer".

miércoles, 7 de enero de 2015

Let's start a riot!


No pretendas. No finjas. Deja el descaro, que me lastima. Prefiero que no vuelvas a mencionar el tema, y no que lo hagas como quien no quiere la cosa. Como quien es inocente. Como si no tuvieras una maldita idea de cuál es el problema. Como si de verdad te importara. Ya es tarde para fingir inocencia o arrepentimiento. Ya no te creo absolutamente nada. Y cada palabra que viene de ti alimenta un rencor que está matando los recuerdos bonitos que alguna vez tuve. Cierra la maldita boca y no me jodas más. Si realmente alguna vez fui importante, no me hagas más daño.

domingo, 4 de enero de 2015

Dos extraños


¿Recuerdas el día que me viste por primera vez? No sé qué pensaste. Pero me sonreíste. Y tu sonrisa era perfecta. Yo no sabía quién eras pero al verte, por un momento sentí que contenía la respiración. Había mucho viento ese quince de abril, y tu cabello negro se movía lentamente. A veces te cubría parte del rostro, por más que te esforzaras en apartarlo. Pero la razón por la cual no pude dejar de verte no era esa. Eran esos preciosos ojos color café.

Tal vez no es el color de ojos que la gente menciona primero cuando habla de su color de ojos favorito. Tampoco era el mío. Pero esos impresionantes ojos cafés eran tan brillantes. Tan inocentes. Tan llenos de alegría. No sé si el amor a primera vista exista. No sé si para el momento en que me acerqué a ti ya estaba enamorado. Pero para ser honesto, recuerdo con exactitud mis atropelladas palabras invitándote a tomar un café. ¿Y cómo olvidar tu reacción? No me miraste a la cara ni por un instante y tus mejillas se tiñeron de color. Esbozaste una torpe disculpa. “Lo siento… yo… no puedo. Estaré ocupada hoy. Debo comprar un abrigo para el invierno.”. En el mismo instante en que terminaste de decirlo, tus mejillas se tornaron más rojas aún. La primavera estaba recién entrada y probablemente fue eso lo que pensaste.

Yo te sonreí levantando una ceja y no pudiste menos que reír. ¿Qué pensaste entonces? ¿”Tal vez no es tan mala idea salir con este extraño”? No lo sé. Nunca me dijiste qué fue lo que te motivó a ser tan sincera. “En realidad no debo comprar ningún estúpido abrigo. Sólo tengo miedo de salir contigo”.


Los extraños normalmente no se miran a los ojos. Tu y yo fuimos diferentes desde el mismo momento en que me dijiste esas palabras. Creo que, si no te amaba desde antes, te amé desde el momento en que finalmente tus ojos se cruzaron con los míos. Ahí supe que no había vuelta atrás.

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¿Qué hay que decir? Un texto más empalagoso de lo que yo misma puedo tolerar, que no tiene razón de ser. No me acabo de enamorar de un extraño que conocí en la calle, en caso de que algún paranoico se lo esté preguntando. Simplemente es producto de mi obsesión por escuchar cosas empalagosas y escribir sin pensar. ¡Buenas noches!