¿Cómo sería volver a aquella época? Cuando no había razón alguna para preocuparse por el peso, la talla, el qué dirán... cuando no había que pagar impuestos, ni cuentas. Cuando no era obligatorio asistir a asambleas de propietarios donde un montón de personajes manifiestan su descontento de la manera menos cordial posible y jamás se alcanza un acuerdo. Cuando no te preocupaban los gérmenes de los baños públicos. Cuando, si tuviste una infancia como la mía, el internet era un lujo desconocido y la diversión se encerraba en los detalles más simples. Cuando todo te impresionaba. Cuando no estabas lleno de prejuicios que hoy te hacen sentir culpable, al notar que rechazas personas valiosas antes de conocerlas por las tonterías que te impone una sociedad. Cuando tus mayores problemas eran cosas que hoy consideras nimiedades. Cuando no te enterabas ni siquiera de la mitad de los problemas que estaban a tu alrededor. Ni tenías que amargarte la vida con una tesis para graduarte y "ser alguien en la vida". Es más, tu versión de "alguien en la vida" era un cantante, un bombero o quizás, como en el caso de mi hermano, un conductor de camión de la basura.
Aquella época cuando podíamos soltar toda responsabilidad de nuestras cosas y, en últimas, pedirle a nuestros padres que las cargaran. Ese tiempo donde no comprendíamos el concepto de "salario mínimo" y en que, independientemente de la situación económica de nuestros padres, no entendíamos por qué no nos compraban aquel juguete tan anhelado. O un perrito para navidad. Todo parecía tan fácil cuando éramos niños. O tal vez al crecer perdimos la fe, y la confianza. (Y el polvo de hada).
Y ni qué decir de la época que viene justo después de la infancia. La adolescencia... Vaya, eso sí que realza las virtudes de la niñez. Puede que ninguna época de la vida sea perfecta, pero para muchos, la infancia fue una época dorada cargada de recuerdos buenos y malos, recuerdos nítidos y recuerdos borrosos que van mostrando el camino hacia cómo cambiamos y cómo llegamos a ser quienes somos hoy. Porque mucho de lo que somos viene de aquella vez cuando alguien nos golpeó o regañó por primera vez. O cuando alguien nos recibió en sus brazos y nos defendió de un peligro. O de esa vez cuando te despertaste y no había nadie en casa. O de los abrazos que nos daba nuestra madre a pesar de que, presa del agotamiento, no pudiera dar un paso más.
La infancia está subvalorada. Por los mismos niños, por supuesto, porque los adultos pasamos tiempo recordándola y en ocasiones, deseando volver a vivir esa sensación de tranquilidad, de depender de alguien y no tener que preocuparse por nada. De poder hacer travesuras sabiendo que lo peor que puede pasar es un regaño paterno. Y los niños, por supuesto, pasan su tiempo jugando a ser adultos. Desesperándose por no poder, por cuestiones de altura, montarse en temerarias montañas rusas. O porque su edad les impide ver ciertas películas, o escuchar conversaciones "de grandes".
"Juventud, divino tesoro, ¡Ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer".

No hay comentarios:
Publicar un comentario