jueves, 9 de febrero de 2012

Alguien

Lágrimas.


Transparentes, saladas, delicadas y dolorosas. Para algunos significan alegría, para otros nostalgia, melancolía, soledad… a veces ira, impotencia, o simplemente tristeza.

Y para mí, en este momento de mi vida, ya no significan nada.

Porque he llorado tanto, que ya olvidé por qué lo estaba haciendo. Los ojos rojos e hinchados me hacen daño, me arden y me hacen querer dormir muchas horas seguidas. He llorado tanto que casi puedo sentir los pedacitos de mi alma moverse por mi cuerpo cuando me muevo. Y es que he llorado tanto, que ya nada tiene sentido. Que ahora no siento dolor, miedo, ansiedad, frustración… sólo siento cómo los minutos de mi día pasan perezosamente ante mis ojos sin que pueda hacer mucho por interesarme.

Pero no me arrepiento de haber aceptado la decisión, en tanto esa persona esté bien, tranquila y segura. Así tenga que volver a sentir en algún momento y entonces me asalten de nuevo el dolor y el desamparo que me han abandonado por un rato. Nada de eso importa porque yo decidí afrontar esto. Y porque sé que hay alguien ahí dispuesto a escucharme cuando el pánico a seguir viviendo en esta situación me asalte. Alguien con quien contar.


¡Hola! Una vez más yo. Escribí esto rápidamente, porque me siento identificada, y esta vez va dedicado con cariño a una personita a quien quería decirle que puede confiar en mi. Un beso para quien lea esto ;)

sábado, 4 de febrero de 2012

Opresión

Cierro los ojos. Me arden. La cabeza palpita en golpes dolorosos que me traen recuerdos que quiero dejar. Pero siguen ahí. La rabia sigue ahí también. El deseo latente de dejar de lado todos aquellos malos momentos que pretenden atormentarme sin derecho alguno, recorre todo mi cuerpo y se atora en mi mente, repitiendo una y otra vez como en una película, las palabras, los gestos, los sonidos. Siento odio por mi condición en este lugar, por mi falta de valor, o quizás porque aún me queda algo de cordura que impide que abandone a gritos y patadas la vida que me han dado. La vida que muchos envidiarían y que me hace sentir como una princesa encerrada en un castillo que no le pertenece: un hermoso castillo con muchas ventanas, amplios salones decorados y cada rincón más bello que el anterior. Un castillo que, sin embargo, tiene candados en cada puerta, que me tienen encerrada en un intento de que permanezca en él y haga lo necesario para mantenerlo, para pagar los altos costos que implica sostener tal belleza. Diez años. Diez complejos y dolorosos años es lo mínimo que necesito para estar mejor, romper esos candados y dejar el asqueroso castillo atrás.