La niña es bonita. La niña sonríe. La niña es cumplida, responsable, educada… ejemplar. La niña se ríe cuando los demás lo hacen. La niña se queda en silencio, cuando los demás sufren. Porque no sabe qué decir. No aprendió a hacer eso cuando diseñó cuidadosamente la persona en que se convertiría. Una mentira. La niña no es niña, es una muñeca. Y si por azares del destino, su corazón de plástico vuelve a sentir, ella logra congelarlo en cuestión de segundos, ahogarlo con facilidad y pretender que nunca existió. La niña es bonita. Bonita y falsa. La niña ya no es una niña ni una muñeca. Es una jovencita. Más bien es una niña atrapada en un cuerpo distinto. Una pequeña deslizándose en el mundo, con la cabeza agachada, asomándose con cuidado para ver qué puede encontrar. Pero la niña encuentra la amistad. La niña tiene miedo. La niña ahora siente. Y no le gustan sus reacciones con los sentimientos. La niña es egoísta. Pero la niña ama. ¿Está la niña sola? No. ¿Es la niña mala?... nadie lo sabe. Pero hay quien ama a la niña. Y eso la hace feliz.
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