domingo, 14 de noviembre de 2010

TMM

Sometimes I feel you so close that it's like you had never left. Sometimes I hear the voice I only heard in my nightmares, and I remember everything you told me. Sometimes I feel something behind me and I remember the times I knew you were there. Sometimes I catch myself thinking about all of those lost histories I would like to know more about. Sometimes I think about how you saved MY LIFE, by taking care of me, and... the person I love the most. It's not about you being missing today. It's about everything you told me, but not just 'bout you, no... about everything I care about. So all I can say is thanks for your words, I'll do my best to keep things as you wanted to, and we'll see each other again... not very soon, I hope (not personal). :)

domingo, 22 de agosto de 2010

Difícil

¿Por qué es tan difícil abrir la boca, o mover los dedos? Sólo implica unos cuantos movimientos musculares a los cuales estamos ya tan habituados. Sólo se necesita decir los pensamientos que pasan por nuestra mente... quizá no todos, especialmente cuando no se centran en uno sólo durante mucho tiempo, sino que empiezan a saltar de uno en uno a una velocidad que supera nuestra capacidad de asimilarlos todos. Pero es al menos perfectamente posible sacar algunos, con la persona adecuada, y en el momento preciso... mejor aún, en el momento necesario. ¿Qué tiene eso que a veces parece tan imposible, tan lejano?

¿Por qué limitarse a ahogar gritos de frustración en medio de lágrimas rebeldes, furiosas, tristes...? ¿Por qué darse una y otra vez razones para odiarse a sí mismo? ¿Por qué, aún frente a la más grande y fuerte razón de todas, seguir siendo incapaz? ¿Por qué no poder hacer una de las cosas más elementales, aún cuando se tienen todos los elementos para llevarla a cabo? ¿Cómo luchar contra la propia estupidez? ¿Cómo hacerse merecedor de los sentimientos de los demás? Quizás de hecho el tener tal actitud es una señal pura de que no se está hecho para amar. Quizás las esperanzas de ser algo más no pasan de ser algo estúpido y banal. Dicen por ahí que el amor no es para todas las personas... tal vez tengan razón, y ese privilegio se limite a los seres humanos que saben comunicarse, que saben amar... Tal vez, en vez de intentarlo con muchas fuerzas, y quejarse de sí mismo el doble, es mejor aceptar las condiciones en que se encuentra, es mejor aceptar que no todos nacieron para amar.

domingo, 18 de julio de 2010

Tu sais quoi?

Cuando te conocí, pensaba desesperadamente en una manera de alejarte, de evitar que hicieras más daño. Por momentos casi llegaba a odiarte, y en otros simplemente me causabas un pánico escurridizo, que ocultaba lo mejor que podía detrás, irónicamente, de una mirada fija. Una cosa era cierta entonces: eras una absoluta molestia, y más allá de eso, un grave problema. Entonces, ¿por qué? ¿Cuándo las cosas cambiaron tan drásticamente? Más allá de eso, ¿cómo las conversaciones que antes eran casi por obligación, llegaron a sacarme sonrisas de verdad? Te las arreglaste para hacer eso y mucho más. Antes de que me diera cuenta, estaba confiando en ti, y te habías vuelto importante.

Uno creería que, en una situación como la que estábamos ambos, simplemente acabarías haciéndome daño. ¿Quién iba a creer que cumplías tu palabra? Nuestra relación estuvo marcada al principio por mi desconfianza, y eso es algo que probablemente tendría que haberse mantenido todo el tiempo. Pero lograste quebrantarla poco a poco, con una acción tras otra. Hiciste mucho por mí, a tu manera. Me enseñaste muchas cosas, generalmente a partir de palabras ásperas y cargadas de la impaciencia que no lograbas contener después de explicarme lo mismo varias veces, tan claramente como podías. Pero al final, al ver que entendía, me mirabas satisfecho, y me confundías más. ¿Por qué me ayudabas, si tu propósito era diametralmente opuesto?

Me apoyaste y soportaste mis lágrimas inconsolables pacientemente, dándome las palabras de consuelo que, teniendo en cuenta las circunstancias, eran realmente significativas. Actuaste como si realmente te preocuparas por mí, como si de verdad fuera importante para ti lo que estaba pasando, eso fue lo que me hiciste sentir pese a que el hecho en sí no tuviera sentido alguno. Desde entonces tuve algo más que agradecerte, pero en esta ocasión, no estaba relacionado con nadie más. Se trataba directamente de algo que habías hecho por mí.

Muchas cosas pasaron en el trascurso de esos meses, pero en mi interior, de cierta manera crecía una satisfacción cada vez que notaba que me confiabas una que otra cosa, no sé, simplemente se sentía bien. Pasábamos horas enteras hablando acerca de lo que querías que yo aprendiera, o sobre tu vida. Realmente me sumergía en esas historias, y te preguntaba cosas, o leía atentamente, casi transportándome allí contigo, y viendo cosas muy ajenas a lo que yo conocía. El tiempo contigo pasaba volando, y tu capacidad para hacerme reír iba en aumento, e incluso yo lograba hacerte reír a veces; me gustaba ver eso. Cobraste una importancia tan grande, que estuviste a mi lado en el que probablemente fue el peor día. Estuviste dispuesto a hacer algo extremo, no sólo por mí, por ambas. Y estuviste allí cuando todo terminó, y no quedó más sino mi mirada desorientada y cargada del terror que se había acumulado en unos pocos minutos. Había enfrentado la posibilidad de perder demasiado, pero tú estuviste ahí para tranquilizarme pacientemente.

Por la forma en que se relacionaron nuestras vidas, cualquiera que supiera quiénes somos ambos, habría encontrado imposible comprender la razón del vínculo que empezamos a tener, es algo que supera la lógica, pero para nosotros estuvo bastante claro desde que empezó a consolidarse... quizás más para alguno de los dos que para el otro, según el momento. Me ayudaste mucho, de miles de maneras. Aún cuando tuvimos nuestras peleas, y me hacías llorar, o yo te lastimaba con mis palabras, no puedes borrar lo que siento, y por tanto, no lograrás que te haga caso y pueda actuar como si tu partida fuera un acontecimiento más. Todo lo que empieza tiene que terminar, claro, pero las circunstancias que rodean este hecho en particular, resultan un poco chocantes. Positivas, entre varias cosas, porque tengo la certeza de que estarás bien, y negativas… porque, para hacer uso de una de las expresiones más trilladas en la historia de la humanidad desde que encontramos cómo expresar nuestros sentimientos, te voy a extrañar. Pero lo más importante que tengo que decirte, no es eso. Es simplemente… gracias. Por las risas, las sonrisas, las historias, las anécdotas, los regaños, los regalos, las palabras, la sinceridad, el apoyo y en especial, las enseñanzas. ¿Sabes qué? El tiempo, y en especial en una memoria como la mía, puede hacer estragos con las palabras y las fechas, pero hay cosas que no pienso olvidar, y una de ellas es todo lo que significas. Ya te dije que odio las despedidas, y también te di las razones, pero sé que es lo mejor y por eso lo acepto. Sólo quería… darte las gracias.

miércoles, 23 de junio de 2010

Incapaz

El silencio de pronto parece un abismo insuperable. En vez de articular palabra alguna, todos tus sentimientos se atoran, se mezclan, se enredan en tu garganta. Su magnitud es tal que presionan el pecho, y se hacen insoportables. De repente, rompen el silencio, escapando en sollozos tan desesperados que sientes lástima de ti mismo. Mira en lo que te has convertido. Es irónico, como el juego de alguien más que disfruta desde su posición ver la desmoralización ajena, y te mira, allí, cabizbajo y apenas sollozando, y se ríe al verte. Incluso tú te ríes de ti mismo, cuando no puedes hablar, por eso en que te has convertido. Te sientes solo. Un miserable pedazo de basura. Un solitario, y miserable pedazo de basura. Un muñeco desechado, tal vez. Desechado por ti mismo, ¿qué puede ser más patético? Ah, sí. La vida es cruel.

Entonces levantas la mirada, y te encuentras con una llena de amor, apoyo y paciencia. Pero también de anhelo. Una mirada que te dice todo. La mirada de alguien que está dispuesto a ayudarte en lo que pueda, pero que desea saber qué pasa por tu cabeza para darte lo que necesitas. Tú realmente quieres decirle, y abres la boca, pero de nuevo las palabras se amontonan y forman un conjunto de incoherencias que apenas circulan por tu mente, y pretenden salir de una manera tan atropellada, que te atontas y sólo atinas a murmurar sinsentidos. Eres un ser humano, lo que se supone te daría la capacidad de comunicarte, entonces, ¿por qué resulta tan difícil si sólo se trata de palabras? Te sientes inútil y estúpido. Como mordiendo la mano que intenta alimentarte. Es sencillamente ridículo. Quizás simplemente deberías desaparecer del cosmos, y dejar el mundo para quienes realmente pueden tomar provecho de lo que les ofrece. Pero tienes a tu lado demasiado, algo con tanto valor que ese egoísmo que guardas te impide alejarte. Quizás, después de todo, sí puedan ayudarte. Tal vez, y sólo tal vez, haya una salida. Sí, definitivamente hay esperanza para ti.

martes, 27 de abril de 2010

La niña.

La niña es bonita. La niña sonríe. La niña es cumplida, responsable, educada… ejemplar. La niña se ríe cuando los demás lo hacen. La niña se queda en silencio, cuando los demás sufren. Porque no sabe qué decir. No aprendió a hacer eso cuando diseñó cuidadosamente la persona en que se convertiría. Una mentira. La niña no es niña, es una muñeca. Y si por azares del destino, su corazón de plástico vuelve a sentir, ella logra congelarlo en cuestión de segundos, ahogarlo con facilidad y pretender que nunca existió. La niña es bonita. Bonita y falsa. La niña ya no es una niña ni una muñeca. Es una jovencita. Más bien es una niña atrapada en un cuerpo distinto. Una pequeña deslizándose en el mundo, con la cabeza agachada, asomándose con cuidado para ver qué puede encontrar. Pero la niña encuentra la amistad. La niña tiene miedo. La niña ahora siente. Y no le gustan sus reacciones con los sentimientos. La niña es egoísta. Pero la niña ama. ¿Está la niña sola? No. ¿Es la niña mala?... nadie lo sabe. Pero hay quien ama a la niña. Y eso la hace feliz.

Sola

Algunas veces, te sientes un poco rota. Te levantas a la hora acostumbrada. Cumples con la rutina de cada día, y luego improvisas algún canal en la televisión, o una maratón musical de canciones de rock con mensajes de soledad. Soledad. Una sensación constante de vacío, la impresión de no tener a nadie cuando estás rodeada de personas. El sentimiento de que cada día de tu vida será igual, guiado por la rutina y vivir las mismas cosas. A veces sólo quieres escapar desesperadamente de eso. Sólo esperas un abrazo de alguien allí afuera. Pero no de cualquiera. Porque realmente no estás sola. Siempre hay alguien ahí. Y hablar de ti como si ese alguien no existiera, resulta absolutamente injusto. Hay alguien que se preocupa por ti. Alguien que puede arrebatarte el sentimiento de soledad en un momento, con un gesto o una palabra. Alguien que puede arrancarte una sonrisa en un solo instante. Alguien que hace que lo demás, tenga sentido. Sólo debes esperar a que el tiempo permita que las cosas tomen el camino correspondiente. Pero realmente no estás tan sola.

domingo, 4 de abril de 2010

Emptiness

Era una mañana como cualquier otra en la parte más fría del invierno. Afuera nevaba con fuerza. Era la clase de clima crudo que te hacía querer quedarte en cama todo el día, viendo una maratón de películas con un recipiente repleto de palomitas de maíz, y quizás un litro de helado. Ella en efecto estaba en la cama, pero no tenía el control remoto del televisor a mano, ni palomitas de maíz recién preparadas con la mantequilla a medio derretir. No le importaba. De hecho, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que estaba en la misma posición. A un lado de la cama, en algún punto entre el diario personal y la blusa que se había colocado la última vez que había salido a la calle, estaba el teléfono celular. Sin estar precisamente consciente de lo que hacía, volteó hacia un lado, y se estiró para alcanzarlo. Grave error. La fotografía de fondo mostraba dos personas sonrientes y abrazadas. Una de ellas le besaba la mejilla a la otra, y la mirada de esta, eclipsaba cualquier vana descripción de felicidad hecha en las obras de literatura romántica que acostumbraba leer.

Al ver la imagen, se paralizó. Las lágrimas que creyó haber agotado, se acumularon de golpe en sus ojos enrojecidos e hinchados, la cabeza le daba vueltas y un hormigueo desagradable le recorría el cuerpo. Sintió, una y otra vez, cómo el corazón se le desgarraba. Era mejor cuando no sentía nada. Podía quedarse allí, acostada, palpando cada rincón del vacío que tenía en el pecho, y con la mirada perdida, dirigida a cualquier punto de la habitación. Porque no importaba, podía comer, respirar, seguir existiendo. No tenía ningún problema con ello mientras sintiera nada en lugar de la sensación de que le perforaban el corazón, de que se rompía en pedazos, una sensación sin fin.

Pero en lugar de ello, el sentimiento agotador que la atormentaba y le impedía pensar en banalidades, la llevaba a una sola conversación.

“Lo siento… ha muerto. No hay nada que podamos hacer ya”.

¿Por qué se había ido?

“No hay manera de resucitarle, hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance”.

¿Acaso ella había hecho algo tan malo? ¿Por qué la dejaba? ¿Por qué, cuando la vida había empezado a tener sentido?

“Podrás tener un día antes de pensar en la funeraria… si quieres, nosotros nos encargamos de ello. Estamos contigo”.

No, nadie estaba con ella.
Había sido buena. Nunca se había gustado a sí misma como persona, pero había sido buena estudiante. Había compartido el fruto de su trabajo con su familia. Era dedicada en lo que hacía, siempre estaba allí para los demás. No había despilfarrado. Siempre estuvo dispuesta a dar buenos consejos. No había sido realmente feliz antes de conocerle. ¿Era un pecado serlo? ¿Era injusto con las demás personas que nadie en el mundo fuera tan feliz como ella? ¿Su muerte era una forma de equilibrar las cosas, un pago por ser feliz?

Era una maldita injusticia, sin más, ni menos. Levantarla a lo más alto, para luego arrojarla sin ninguna contemplación. Dejarla sola. No había nadie que pudiera entenderla. Y quien lo había hecho plenamente, había muerto. ¿Por qué? ¿Por qué sin ella? Se habían quebrado todas las palabras, todas las promesas. Y ni siquiera había sido a propósito. Pero ahí estaba ella, sola con los recuerdos que la atormentaban. Los recuerdos de una felicidad a la que jamás podría volver a aspirar. Sí, era mejor cuando no sentía. Porque ahora estaría sola el resto de su vida.

O no.

Con una idea en su cabeza que a cualquiera le habría parecido absurda, incluyendo a… esa persona, se levantó de la cama. Ya no pensaba en eso. Sólo pensaba en cumplir el deseo de la única voz que podía escuchar en su mente. Tomó un baño de burbujas con aroma a lavanda, se afeitó las piernas, se aplicó crema humectante en todo el cuerpo, cepilló los rizos rebeldes de su cabello en un delicado y elegante peinado, y se colocó un maquillaje suave. Buscó en el armario un vestido de coctel rojo sin mangas y por encima de las rodillas, y se lo colocó, sin las medias ni el abrigo que ameritaba la ocasión. Se subió en los tacones de siete centímetros, bajó corriendo al primer piso, y abrió la puerta trasera de la casa. El fuerte viento le impedía avanzar con facilidad, y ella esbozó una sonrisa tan vacía como su mente en esos momentos. Lo único que podía pensar, era que ya no estaría sola.

Cerró la puerta tras de sí, y revisó su aspecto una vez más, haciendo caso omiso de la temperatura varias decenas de grados bajo cero. Por primera vez desde que tomó la decisión, se permitió pensar en esa persona, y sonrió de verdad. Pronto estaría a su lado, ¿no? Sólo había algo que les separaba: su propia vida. Ella iba a arreglar eso en un segundo.

Se dejó caer en la espesa cama de nieve, como hiciera meses atrás, cuando su vida era perfecta. Pero esta vez no trazó el ángel con sus brazos y piernas. Sólo esperó. Pronto, más nieve empezó a cubrirla. Pronto, sus pensamientos se desconectaron.

Abrazó de buena gana la muerte. Era la solución a todos sus problemas.

martes, 30 de marzo de 2010

Lejos

Donde tu silueta sea incapaz de producirme temor. Donde el sólo mirarte no me haga desear alejarme. Donde tus gestos de amenaza no me intimiden. Donde tus gritos no sacudan mi alma. Donde tus palabras no me produzcan más dolor. Allí, justo allí… donde no puedas hacer que las lágrimas traicionen mi cuerpo, de tal manera que tampoco puedas hacer que mi mente te ruegue porque pares, porque dejes de decirlo. Donde puedas ser un bonito recuerdo editado, y no una entera y dolorosa verdad.

¿Y qué si no se supone que deba sentir de este modo? ¿Y qué si en un par de horas piense diferente? ¿Qué no lo ves? Quiero estar lejos. Ya no quiero que me hagas más daño. Yo quiero ser alguien mejor que esto.
...

jueves, 7 de enero de 2010

Daño

Rabia. Dolor. Decepción. Arrepentimiento. Asombro. Más dolor. Cuando hieres a alguien a quien amas… también te lastimas a ti. Generas un huracán de sentimientos que sacuden todo, que amenazan la estabilidad, que oprimen el corazón y torturan el alma… ¿Qué pasa cuando la persona a quien miras con vergüenza, incredulidad y decepción, eres tú mismo? ¿Qué pasa si quieres golpear a alguien, encuentras tu rostro en el espejo, y te sientes lleno de asco? ¿Qué pasa cuando en medio del huracán, pasa una idea diminuta, arrastrándose entre los escombros de lo que ya ha sido destruido, y buscando tu atención? Como una salida a no tener que mirarte otra vez. Como la salida más cobarde que puede existir. Como aquello que nunca quisiste para ti, por considerarte más fuerte que eso.

Pues bien, es entonces el momento de luchar contra el miedo. El peor enemigo. Sólo es útil si a partir de él generas fuerza. Si te dejas dominar, terminas acostado, con los ojos entrecerrados y vacíos, dirigidos a un punto muerto del techo, pensando cuan miserable eres, y cuan poco mereces lo que tienes, mientras afuera, el huracán sigue llevándose todo a su paso. Las palabras, las miradas, las sonrisas. ¿Y la solución? ¿Es acaso que vale la pena atormentarse eternamente por lo que te está lastimando, en lugar de recobrar fuerzas para vencer al miedo? ¿Realmente mereces a la persona a quien dañaste, si no eres capaz de traer tu cerebro de vuelta y obligarlo a quedarse en su lugar? En el fondo, sabes que lo correcto es levantarte y detener el maldito huracán. Después de todo, sólo es un desastre natural. Nada que tú, algo de tiempo y un poco de mano de obra no puedan reparar. Hora de dejar de holgazanear, y empezar a moverse.