sábado, 20 de diciembre de 2008

De lo raro, y sus rarezas

Mis amores!!! Confieso que ando con unas ganas terribles de publicar algo en el blog, aunque ya lo hice hace apenas dos días (xD) y como mi adorable cerebrito no me alcanza para hacer alguna otra de esas notitas mías, bien sea horriblemente cursi, o cargada de un sarcasmo que ni yo misma entiendo, entonces escribiré otra cosa, lo que salga en este momento. Es mi blog, ¿saben? Yo puedo hacer lo que quiera, y ustedes tendrán que seguir leyendo… o bueno, largarse xD.

Hoy precisamente, me siento rara (?). Sí, rara. Afortunadamente se me solucionó un pequeño problema que tenía en mi familia, así que por ese lado no hay problemas. Sin embargo, díganme ustedes, además de absolutamente chiflada, ¿cómo creen que me podría sentir después de una charla con una amiga por msn hasta la 1 de la mañana? Digo, no sólo era charlar, más bien era algo como Erika-chan haciendo ridiculeces por la webcam y escribiendo unas cosas sobre Zac Efron (insisto, tengo un problema enfermizo con el pobre tipo) que sería mejor que ustedes no leyeran, es por su propio bien (?!).

¿Entienden ahora eso de sentirse rara? De repente me dí cuenta que mis niveles de locura están expandiendo sus límites hasta puntos insospechados… aunque no es que eso me enoje mucho, por supuesto. Sólo es raro.

Creo que ya saben cuál es la palabra del día. Y como estamos hablando de rarezas, ¿Qué mejor que hablar de Tio1.jpg? De acuerdo, de acuerdo, ya empiezo a desvariar. Es sólo que de un momento a otro, vino a mi mente Inciclopedia-sama; recordé que no la he visto hace mucho, y entonces, ir a leer algo de eso, es más fácil que intentar escribir algo más aquí, probablemente termine por aburrirlos aún más.

Por cierto, acabo de recordar también que estamos en diciembre, es decir, época de Navidad, paz, amor, regalos y suicidios colectivos (?), así que decido dejarles el saludo de Merri Cristmas and hapi niu yiar por si no acabo escribiendo otra entrada antes o en esa fecha. Si alguien tiene quejas respecto a mi inglés (Angélica, sé que tu lo amas tanto como yo!!), favor… anotarlas en un papel con letra imprenta clara, y depositarlas cuidadosamente en la ranura del desagüe más cercano.

Ahí se ven.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Muerte

Una agonía tan larga, un dolor tan intenso, una angustia tan profunda… ¿es acaso posible sufrir tanto y seguir con vida? El pánico nubla la vista, los recuerdos la mente, y la soledad, el alma. De repente, miles de palabras pasan a gran velocidad por la cabeza, casi como si se tratara de una grabación, tan claras como si estuvieran siendo pronunciadas en ese preciso momento. Un dolor en el pecho, el sentimiento de vacío, la desesperación. Y por primera vez, sentir la muerte como algo más real, como aquello que se lleva a los seres queridos definitivamente, para no volver jamás. Y después, ¿qué? Rehacer una vida, dejando atrás a esa persona, aunque siempre llevándola en el alma como alguien imborrable. ¿Para qué? ¿Acaso esa persona sabrá que es recordada? ¿Verá a quien la recuerda desde algún sitio? ¿Qué hay después de la muerte? Todas las preguntas llegan tan rápido como se van, pero el dolor continúa ahí. Intensificándose, prolongándose, lastimando cada vez más y más.

¿Hay algún final? Es decir, ¿Realmente el sufrimiento termina? Resulta increíble creer que tanta agonía se esfume de pronto, para dejar paso sólo a un buen recuerdo… es absurdo. Pero lo único que queda por hacer es intentarlo; salir del pozo sin fondo, y buscar un rayo de luz en medio de la oscuridad.

¿Lograré hacerlo algún día?


No, afortunadamente ningún ser querido mío ha fallecido recientemente. Digamos que el volver a ver la película "My girl" tuvo algo que ver, además de otras tantas cosas... no sé de dónde saco todo esto, ya hasta parece... bah, mejor no lo digo xD.

Cuídense

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Nuestra primera chocoaventura en un centro comercial.

Desde que yo era pequeña, me enseñaron un interminable conjunto de reglas y normas de comportamiento a seguir, especialmente en un sitio de carácter público, como los centros comerciales… claro, esas son cosas a las que me he apegado, o al menos lo había hecho.


La chocoaventura que van a leer a continuación se remonta al mes de noviembre, el día 6 para ser más específica. Lo digo para que sepan que fue un jueves y por tanto NO, no había ingerido bebidas alcohólicas de ningún tipo. Simplemente fui con mi mejor amiga a ver la película ridículamente ñoña por excelencia, “Jaig skul miusical 3”, mejor conocida como “HSM3: Senior Year”.


Cabe resaltar, en primer lugar, que la sala estaba prácticamente vacía, pues apenas habían unas ocho personas además de nosotras dos, lo cual significó un eco terriblemente fuerte cada vez que ambas reíamos por cualquier estupidez, y en especial, cada vez que un “papacito!!!” salía de nuestros labios de un modo no muy discreto, frente a las apariciones de Zac Efron en pantalla, así que, a juzgar por el volumen de nuestras voces, no sería improbable que en la sala de al lado se enteraran de nuestra obsesión con el pobre tipo (que debo decir, está buenísimo).


De la trama de la película no hay mucho que decir… ya saben, es ñoña, cursi, ridícula, y todo lo que se puede esperar de la tercera parte de esta saga de Disney, así que no hay nada que decir al respecto. Sin embargo, al final de la película, empezó lo interesante. Nos quedamos observando los créditos –aprovechando los últimos minutos de Zac en pantalla grande-, aún cuando los demás se habían ido y las señoras que asearían la sala nos miraban esperando que las dejáramos hacer su trabajo, así que, entre bromas y risas, nos pusimos de pie y yo bajé las escaleras corriendo, imitando una de las escenas de la película, y al darme la vuelta, empecé a dar un “concierto mudo” dirigido a los espectadores inexistentes de la sala. María –mi amiga-, empezó a reír a carcajadas y bajó bailando pegada a las paredes, también imitando la película. Al final nos montamos un video tan grande las dos, que yo acabé acostada dándole puños al suelo y pugnando por respirar en medio de las carcajadas que dejaba escapar sin descanso. Les digo, el show fue tal, que las mencionadas señoras del aseo me miraban desde arriba preocupadas, y María no sabía qué hacer, pues tampoco podía contener la risa.


Una vez logramos calmarnos –tras quién sabe cuánto tiempo-, nos levantamos avergonzadas y vino el Síndrome Post Risa Colectiva, que consiste en estallar en carcajadas en cuanto se hace contacto visual con la otra persona, al recordar la ridiculez que provocó la risa antes. Y así salimos corriendo de la sala, en medio de risitas mal disimuladas. María se quedó comprando algo para comer, y yo bajé a la tienda de una amiga de mi madre para reclamar unas cajas de cartón que necesitaría para la mudanza. Ahora, imagínense la siguiente escena: Dos chicas jóvenes cargando cajas de cartón mientras recorren un reconocido y medianamente sofisticado centro comercial de Bogotá…. Sí, nada agradable en realidad.


Cuando salimos en del centro comercial, nos sentamos cerca de una de las puertas de acceso, prácticamente en el piso, a comer lo que María había comprado. Está de sobra decir que la gente que pasaba nos miraba intentando descubrir si habíamos ingerido alguna sustancia alucinógena o si en efecto éramos locas por naturaleza. Haciéndome la valiente, entonces me acosté sobre una de las cajas y me puse otra encima a modo de cobertor, mientras musitaba cosas a la gente que pasaba mirándonos con curiosidad. Ah sí, esa fue una de las tardes más divertidas de mi vida, no recuerdo haberme reído tanto antes.


¿Y saben qué? A pesar de la vergüenza que pasamos ese día, es agradable poderse reír de ello y saber que aún somos capaces de apreciar las cosas pequeñas de la vida. Pero creo que fue suficiente por un tiempo, mientras tanto, me aseguraré de comportarme como la gente decente y no alterar el orden público la próxima vez que visite un centro comercial… o al menos haré el intento.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Untitled

Bueno, tras siglos sin pasarme por aquí, traigo otra vez algo corto y con una dosis de azúcar insoportable. No tiene ni pies ni cabeza pero... ahí les va:

Lo abracé con tanta fuerza como mis brazos me permitían. Las lágrimas pugnaban por salir de mis ojos, pero yo me apreté contra su pecho musitando palabras que ni siquiera lograba entender. Me separé de él y murmuré una súplica tan claramente como me fue posible. Pero, obviamente, eso no tenía razón de ser, ni principio, ni fin. No había motivos, ni tiempo ni espacio. Sólo era una sensación que estaba allí y ya; unas ganas inconmensurables de abrazarle y tenerlo a mi lado por tanto tiempo como me permitiera mi propia existencia. Tristemente, lo solté y lo dejé ir…

En fin... un saludo para el que esté leyendo esto.

martes, 27 de mayo de 2008

Una payasada de cuento

Bueno, aquí les presento mi última ocurrencia, un cuento de terror...

A mí lo que me parece es que estos días he estado muy traumada con el tema, y dudo que alguien de verdad lo vaya a leer, pero ¿Qué mas da?

Había empezado el proyecto como un escrito que no tenía pies ni cabeza, de ningún género en especial, sólo con dos párrafos, pero hoy escribí el resto, y terminó siendo un intento de cuento con demasiada influencia de "Historias de ultratumba" (Discovery Channel) y algún vago intento de mi imaginación...


Si alguien se toma la molestia de leerlo, me gustaría leer su comentario al respecto =).

Una noche en la cabaña de Montana.

Era una tarde de enero, las gotas de lluvia resbalaban lentamente por el cristal que dejaba ver un paisaje hermoso, donde las hojas de los árboles brillaban por la humedad, y sus ramas se mecían tranquilamente produciendo una melodía relajante y suave, opacada por el sonido de la madera consumiéndose en la chimenea de la enorme cabaña.

La joven se puso de pie y sonrió antes de dar la espalda a la ventana y ver a su perro acomodado en el suelo, disfrutando del calor de la chimenea mientras dormía; de nuevo una sonrisa iluminó su rostro pensando en lo perezoso que podía llegar a ser aquel hermoso can.

--“No tienes remedio”

Se agachó para acariciarlo por algunos segundos, y luego se levantó de nuevo, caminando en dirección a la cocina; la casa en sí era enorme, pero la cocina tenía un tamaño impresionante, con dos refrigeradores en los extremos, cajones por doquier y un diseño moderno en forma de isla, combinado con la decoración en madera que le daba al lugar un aspecto encantador y hogareño, la hacían sentirse realmente en su casa, aunque de hecho la cabaña fuera alquilada.

Mientras preparaba un par de huevos batidos, la luz eléctrica súbitamente se apagó, y aunque no quedó sumida en la penumbra, no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espina dorsal instantáneamente, permaneció inmóvil en su posición esperando en vano a que la luz regresara, y no supo cuánto tiempo llevaba allí, pero poco a poco la oscuridad llenaba la cocina.

Con el corazón ligeramente alborotado, logró poner sus sentidos en orden y caminar hacia la sala de nuevo, se dio cuenta por el enorme ventanal, que ahora no sólo estaba más oscuro el cielo, sino que seguramente estaba por llover; aunque nunca había sido una mujer miedosa, en ese momento el pánico la invadía; volteó a ver la chimenea, y su golden retriever había desaparecido.

--Vamos, Sato, no me juegues estas bromas—murmuró sonriendo débilmente --¿Dónde te has metido, perro travieso?—añadió mientras empezaba a buscar a su mascota con la mirada.

De repente, una enorme luz invadió por un par de segundos toda la casa, obligándola a soltar un grito de espanto; mientras el sonido del potente trueno invadía sus oídos; la joven se quedó estática mirando a su alrededor una vez el rayo había pasado, y poco después la luz de la cocina se encendió.

--Espero que ya sea mañana, no quiero seguir estando sola con este perro perezoso en esta cabaña tan grande—se dijo en voz alta –Pero qué tontería, si nunca he sido una persona miedosa, y ahora un pequeño rayo me espanta.

Un par de horas después, se encontraba en su cama leyendo una revista, con el enorme perro a los pies de la cama; de repente, el can se levantó y empezó a ladrar furiosamente.

--¿Qué pasa, Sato?

El perro continuaba ladrando, volteando a mirar en distintas direcciones, y súbitamente la lámpara de la mesa de noche se apagó, dejando el cuarto iluminado por la luz de la luna llena, y marcado por la sombra de los árboles que se veían alrededor, cuyas ramas se movían furiosamente.

Ella empezó a temer, y sin levantarse de la cama, llamó al perro con una seña, pero éste seguía intranquilo, de repente, se escuchó que llamaban a la puerta dos veces.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal con rapidez, y una sensación de inquietud y ansiedad la invadió; ¿Quién podría estar golpeando la puerta de su cuarto cuando supuestamente era la única persona en la casa?

Tragó duro y estaba a punto de preguntar quién era, cuando en la puerta se escuchó un par de leves rasguños.

La joven contuvo la respiración, mientras lágrimas de angustia recorrían sus mejillas; sentía su corazón latir rápidamente, y su propio pulso incluso hasta la punta de sus dedos.

Presa de la desesperación, apretó los ojos con fuerza y se abrazó al perro, que aún se movía inquietamente y movía la cola a gran velocidad, en ese momento, escuchó un leve goteo, como un líquido pegajoso cayendo gota a gota al suelo; aterrorizada por el sonido y segura de que se trataba de sangre, continuó estática en su sitio sin abrir los ojos, hasta que, después de algunos segundos, la luz de la habitación y la lámpara se encendieron.

Ella suspiró separándose del can, y con una sensación de temor incontrolable acarició la cabeza del animal, antes de darse la vuelta, cubrirse con la manta y abrazar la almohada, dispuesta a intentar conciliar el sueño con ambas luces encendidas.

Sin embargo, como era natural, no podía dormir pensando en lo sucedido, y las lágrimas aún resbalaban por su rostro, por lo que tardó bastante tiempo en conciliar el sueño, y poco antes de hacerlo, sintió cómo el perro se levantaba el suelo y se acostaba en la cama junto a ella.

Algunas horas después, entre sueños, empezó a escuchar algunos pasos, fuertes y lentos, como marcando el ritmo de su corazón; sintiendo pánico de nuevo, se removió en la cama sin abrir los ojos, y trató de convencerse a sí misma de que era sólo paranoia, al tiempo que volteaba a ver la pared, donde también estaba el ventanal, y dando la espalda al resto del cuarto, intentó tranquilizarse.

Sin embargo, algunos minutos después de que los pasos cesaran tan rápido como al parecer habían iniciado, pudo escuchar una voz masculina.

--Ella se fue… ¿Por qué crees tú que puedes venir aquí entonces?—preguntó llena de desesperación y dolor.

La joven contuvo la respiración, mientras su incondicional amigo se levantaba súbitamente, mirando en dirección opuesta al ventanal, y ladrando descontroladamente, pero la voz se escuchaba cada vez más fuerte.

Debatiéndose entre permanecer quieta escuchando los reclamos del hombre, o voltearse y enfrentarlo, decidió hacer lo último, y entonces lo que vio la dejó aterrada.

Una figura masculina robusta, aparentemente ‘difuminada‘, le miraba con rencor. El cabello descuidado caía hasta los hombros en pequeños rizos castaños, la barba parecía empezar a nacer después de un día de no afeitarla, y la ropa estaba hecha añicos; por la frente del extraño parecía salir sudor, y de sus ojos brotaban lágrimas de desesperación; pero lo que más le impresionó fue el enorme hacha que sostenía en sus manos.

--Yo… trabajaba día a día desde muy temprano en la mañana para poder hacerla feliz, y ella nunca me valoró… porque estaba con él—añadió empezando a temblar de ira, y cambiando su mirada completamente.

La luz empezó a parpadear, y el extraño levantó el hacha acercándose a ella lentamente.

--¿No lo entiendes?—inquirió –Ella me engañó, maldita bruja, ¡maldita!—exclamó al tiempo que levantaba aún más el hacha, y el perro saltaba de la cama mientras la joven sólo miraba aterrorizada.

Ella empezó a rezar con palabras inentendibles sin quitar su mirada del extraño, que continuaba acercándose, como si se moviera a cámara lenta, y entonces encontró el valor para gritar.

--¡Tú, tú la mataste, eres un asqueroso asesino!

El hombre se detuvo y la miró con asombro, para luego dejar caer el hacha al suelo –pese a que no produjo sonido alguno, dejó una enorme marca en el suelo de madera—y mirarla con espanto.

--¡Yo jamás haría eso, la amé con toda mi alma!

--¡Tú fuiste, cobarde!—seguía gritando ella –la asesinaste porque te engañó.

Él la miró confundido, y poco a poco nuevas lágrimas empezaron a recorrer su rostro, antes de que desapareciera, dejando la luz de la habitación encendida.

Ella quedó en shock por unos segundos, pero en seguida el perro retomó su lugar en la cama, y ella sólo atinó a abrazarlo, temblando a causa de los nervios.

Varias horas después, la luz del sol matutino llenaba la alcoba, iluminando la mesa de noche y la cama, así como el rostro delicado de la joven que dormía en ella; poco a poco ella fue despertando, y, empezó a pensar en los sucesos anteriores, segura de que todo había sido una mala pasada de su mente y no había sido víctima más que de una pesadilla.

Sin embargo, al sentarse en la cama y apoyar los pies en el suelo, sintió una deformidad en la madera, y al inclinarse para mirar, pudo ver un gran hoyo en él.

¿Fin?

domingo, 20 de abril de 2008

Hasta nunca...

"Él la observó detenidamente, el cabello largo liso, castaño claro y con algunos mechones dorados, iluminados por los rayos del sol que entraba por el enorme ventanal; los ojos verdes brillantes, abiertos como dos esmeraldas puras, coronados por largas pestañas onduladas, y adornados con las cejas delgadas de color marrón; la nariz pequeña pero orgullosa, la sonrisa casi luminosa…

--Debo irme.

Y el corazón se encogió en su pecho al pronunciar esas palabras.

Pero debía hacerlo, o ambos morirían.

--¿Volverás?

Pero, a pesar de su mirada cargada de terror y ansiedad, no pudo mentirle.

--No lo creo.

Con un beso fugaz en los labios, la dejó sola, sabiendo que ésa sería la última sonrisa que le dedicaría."
}

Por Dios! Este es el tipo de cosas que me recuerdan lo cursi que puedo llegar a ser, y no creo que nadie tenga dudas, porque esas 120 palabras salidas sin pausa han sido un ataque de cursinspiración inmediato... espero pronto tener nuevas ideas, no sólo encaminadas a las cosas cursis...

Pero ya que estamos así sentimentales, los invito a visitar este blog http://memoriesofthelife.blogspot.com/

No diré nada al respecto, revísenlo ustedes mismos.

Un beso, Erika



jueves, 17 de enero de 2008

Reflexión

El día 12 de octubre de 1972, un Fairchild F-227 DE LAS Fuerzas Aéreas Uruguayas, alquilado por un equipo amateur de rugby, despegó de Montevideo, en Uruguay, hacia Santiago de Chile. Noticias de mal tiempo en los Andes obligaron al avión a aterrizar en Mendoza, una pequeña ciudad en la vertiente argentina. Al día siguiente el tiempo mejoró. El Fairchild despegó de nuevo y se dirigió hacia el paso Planchón, y a las 15,24 sobre la cuidad de Curicó, en Chile. Recibió la autorización de virar hacia el norte y de iniciar el descenso hacia el aeropuerto de Pudahuel. A las 15,30 comunicó que volaba a una altura de 5.000 metros, pero cuando un minuto más tarde, la torre de control de Santiago intentó comunicar con el Fairchild, no obtuvo respuesta.

Chilenos, argentinos y uruguayos buscaron el avión durante ocho días. Entre los pasajeros no sólo se encontraban los quince componentes del equipo de rugby, sino además veinticinco amigos y parientes de los jugadores, todos ellos pertenecientes a influyentes familias uruguayas. La búsqueda no obtuvo resultados. Era evidente que el piloto había calculado erróneamente la posición y había virado hacia el norte, hacia Santiago, cuando aún se encontraba en medio de las montañas. Era el comienzo de la primavera en el hemisferio sur, y en los Andes había nevado en gran abundancia. El techo del avión era blanco. Así pues, había muy pocas posibilidades de encontrarlo, y todavía menos de que alguno de los cuarenta y cinco pasajeros y tripulantes hubieran sobrevivido a la catástrofe.

Diez semanas después un campesino chileno que apacentaba el ganado en un valle perdido en las profundidades de los Andes vio, al otro lado de un torrente, las figuras de dos hombres. Los hombres empezaron a gesticular y se clavaron de rodillas en actitud suplicante, pero el pastor, creyéndolos terroristas o turistas, desapareció. Cuando al día siguiente volvió al mismo lugar, las dos figuras seguían allí y volvieron a hacerle gestos indicándole que se acercara. Se acercó a la orilla del río y lanzó al otro lado un papel y un bolígrafo envueltos en un pañuelo. El barbudo de aspecto harapiento lo recogió, escribió algo en el papel y se lo devolvió al campesino con el mismo método. Decía así:

Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo…

Había dieciséis supervivientes. Ésta es la historia de lo que sufrieron y de cómo consiguieron sobrevivir.*


Este es el prefacio del libro que, desde que lo leí, me ha dado una perspectiva diferente de la realidad.


Hace unos años, logré ir a un concurso nacional de ortografía en representación de mi colegio. Por falta de concentración, fui eliminada en la primera ronda, pero no sabía que como regalo por haber llegado allá, obtendría el libro que, hasta el momento, es el único capaz de haberme quitado el sueño durante la noche posterior al haberlo leído, el libro que narra una escalofriante realidad en la que los seres humanos nunca nos detenemos a pensar, porque en medio de todo, en nuestras consideraciones diarias, no está accidentarnos y quedar atrapados en uno de los ambientes más hostiles, el corazón de la Cordillera de los Andes, mientras, durante más de dos meses en los cuales tenemos que soportar ver a nuestros amigos morir, y lo que es peor: tener que vernos forzados a alimentarnos de sus cuerpos para poder sobrevivir.


No creo que pensemos en eso en las mañanas al levantarnos, o durante el día mientras realizamos las actividades de nuestra rutina diaria ¿o si?


Pues bien, anoche, después de leer el libro por tercera o cuarta vez, no pude evitar pensar acerca de mi vida, y compararla con la que llevaron los supervivientes durante esas largas semanas. Estas son algunas conclusiones al respecto.


Anoche, a causa de mi insomnio, tuve que buscar algo para ver en la televisión, intentando atraer el sueño mientras tanto. Me di cuenta que para verla, sólo necesitaba acomodarme y prender el enorme aparato que está frente a mi cama, en el peor de los casos, que sería no encontrar el control (o mando), tendría que ponerme de pie para prenderlo manualmente.


Al lado de mi sofá-cama, está el escritorio, encima de él, el computador con Internet banda ancha las 24 horas, el celular, la cámara digital, el mp4 entre otras cosas, comodidades de sobra, que muchas veces no sé apreciar.


Al ver la TV y descubrir que la programación no me es atractiva, reniego, y muchas veces incluso digo que no sirve de nada tenerla.

¿Acaso ellos pudieron gozar de alguna de estas cosas?


Me levanto, voy a la cocina, “¿Huevos? No. ¿Pan? Tampoco. ¿Carne de cerdo, de res o pescado? No. ¿Arroz? Nunca me ha gustado el arroz. Tal vez podría comer lo que dejé del almuerzo, pero está frío y no me apetece calentarlo” Bien, los primeros días después del accidente, ellos se tuvieron que conformar con ingerir algunas tabletas de chocolate, vino, pasta de dientes y cualquier cosa adicional que encontraran en el equipaje, en raciones mínimas para procurar que durara. Más tarde, cuando las raciones empezaban a agotarse, tuvieron que reunirse y tomar una decisión: para sobrevivir, el único alimento del cual podrían valerse, sería la carne de los restos de sus compañeros fallecidos, aquellos que algunos días atrás conversaban con ellos, hacían chistes y burlas, y les sonreían, y lo peor: muchos de ellos eran parientes o amigos muy cercanos.


Cada mañana me levanto, voy al baño, me cepillo los dientes y me miro al espejo, como si durante la noche cambiara abruptamente, para bañarme tengo a mi disposición variedad de shampoo, acondicionador, jabón, tratamientos y muchas otras cosas. Ellos, sólo en sus sueños podrían tener algo de eso.


Si siento un ligero dolor de cabeza, me acerco al botiquín de la casa y escojo entre las distintas pastillas, o llamo a la farmacia para que las traigan a mi casa; en el peor de los casos, voy al médico. Muchos de los supervivientes tenían heridas, como piernas fracturadas e infectadas, quemaduras de piel, severas afecciones en los ojos, congelamiento de extremidades, contusiones y cortaduras graves, sin contar aquellas heridas de quienes murieron y a quienes, por sincero respeto, no menciono. Entre ellos, dos de los tres estudiantes de medicina habían sobrevivido, pero sus estudios no pasaban del segundo año, y las herramientas con las que contaban eran mínimas: pedazos de vidrio como bisturí, prendas de ropa como vendas, y partes del avión para entablillar fracturas.


Por último, puedo decir que tengo a mi familia conmigo, y cada mañana puedo ir a saludarlos con una sonrisa y buena actitud, y muchas veces no lo hago; en lugar de esto, me enojo cuando me piden hacer alguna cosa, y a veces me muestro fría con ellos, tengo el teléfono en casa y pocas veces pienso en llamar a alguien sólo para saber cómo está, qué ha sido de su vida. Tengo la certeza de que ellos, cada noche se acostaban pensando en su familia, y deseando fervientemente tener la oportunidad de volverlos a ver, aunque sólo fuera para expresarles el inmenso amor que sentían por ellos, la única compañía humana que tuvieron durante más de setenta días, eran los mismos jóvenes del avión, y los que, en aeroplanos y aviones, sobrevolaban el fuselaje donde ellos se encontraban, sin imaginar su presencia justo allí.


Estas palabras no abarcan la magnitud de cosas de las que me di cuenta hoy, pero creo que al menos se acerca. De los supervivientes sólo tengo que decir que son el mayor ejemplo de entereza y valor, y un motivo de admiración, porque ellos tuvieron el valor de creer, a pesar de que las condiciones se prestaban para abandonarse a sí mismo allí, y esperar la muerte con resignación; nunca, a menos que lo viviera, lograría entender la magnitud de sentimientos y sensaciones que implicó para ellos ésta experiencia, pero al menos, espero que esta pequeña lección se guarde siempre en mi, y en alguno de ustedes que tal vez está leyendo esto.


Esperaría que alguna vez tuvieran la oportunidad de leer ése libro, que tanto me conmovió y enseñó.


Un saludo,

Erika.


*¡Alive! Piers Paul Read 1974.