domingo, 6 de abril de 2014

Juzgar a un libro por su portada...


El objetivo de esta publicación no es cambiar el mundo, eliminar los prejuicios, evitar que juzguemos un libro por su portada. Es absurdo e hipócrita decir que yo misma no he juzgado y quizás juzgo a diario a las personas que están a mi alrededor por la manera como lucen. [...] Independientemente de nuestra opinión sobre los otros, creo que todos los seres humanos merecemos respeto, y una gran manera de demostrarlo, es no destruir a nadie con la mirada mientras anda por la vida descubriendo quien realmente es.
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En los últimos años, una de las premisas que invade los medios de comunicación es la de "vive y deja vivir". Se nos hace creer que no debemos depender de la opinión de los demás, y que los demás no deben influir en nuestra vida ni meterse en nuestros asuntos. Imágenes con frases desafiantes y contagiosas aparecen por Facebook, Tumblr y todo tipo de blogs personales anunciando y defendiendo la tolerancia y respeto por las decisiones de los demás. En la práctica, ¿qué tanto tiene este palabrerío de cierto? Yo diría que no mucho. Por supuesto voy a sustentar esta afirmación con anécdotas.

Aunque fui criada con la idea de complacer a todo el mundo, ser siempre lo que se esperaba de mi y jamás salirme de ciertos cánones de comportamiento y apariencia, por allá por 2011, con mi ingreso a la universidad y mi mayoría de edad, varias cosas cambiaron y empecé a buscar quien realmente era. Me hice un tatuaje, tres perforaciones más en las orejas y empecé a cambiar mi forma de vestir. Descubrí en alguna serie de televisión norteamericana las medias a la altura de los muslos. Pues bien, la idea me gustó tanto, (y era prácticamente desconocida en Bogotá, mi ciudad natal), que salí a la tienda más cercana a buscarlas. La cosa es que sólo encontré unas medias con un poco de encaje en la parte superior (ver imagen*). Sin ver mayor problema en ello, salí a la calle con un short, una blusa sin escote, las medias y unas botas de caña alta.



Pues bien, la cosa es que no puedo contar con todos mis dedos la cantidad de personas que me miraron. Obviemos las miradas de hombres que me hacían parecer un pedazo de carne, ése no es el tema que nos ocupa. Las mujeres, desde más o menos los 15 años de edad, me miraban como si estuviera vestida con un escaso traje de sex shop barato, en lugar de unas simples medias que apenas dejaban ver unos centímetros de piel y tenían un encaje común y corriente. ¿Dónde está el apoyo de género? ¿Y qué pasa con el respeto a la individualidad? Aún por estos días no creo que hubiera querido escuchar lo que pensaban, y definitivamente me sigue sacando de mis casillas esa manera de juzgar a la gente sólo por una prenda de vestir.

Avanzando unos cuantos años e ignorando cualquier otro tipo de prejuicios en ese lapso, llegamos a 2014. Debo admitir que siempre tuve fascinación por los cabellos de colores (en 2012 teñí mi pelo de rojo) y, siendo el morado mi color favorito, me obsesionaba la idea de usar un tinte de ese color. Por mucho tiempo me quedé a la sombra, observando tutoriales en youtube, siguiendo en facebook a comercializadores de tintes semipermanentes y envidiando a figuras como Laura Sánchez, que cambian de color de pelo cada vez que se les antoja sin ningún atisbo de preocupación por lo que diga la gente en la calle.

Tras hacer una consulta indirecta con mi mamá (desde que mi color natural desapareció de mi cabeza, la pobre se resignó a que ya no pregunto, sino informo lo que voy a hacer...) y con algunas personas más, reuní el valor necesario, y dos decoloraciones y unos cuantos restos rosas y naranjas en el pelo, decidí teñirme de morado**. Al utilizar dos tonos distintos de morado, el cabello quedó con algunos visos azulados y otros rosados, y su apariencia cambia según la iluminación. Amé mi cabello, pero debo decir que ha despertado cierto nivel de polémica.

Para comenzar resulta preciso mencionar un encuentro bastante curioso en mi universidad. Y lo etiqueto como "curioso", porque estudio en una universidad pública donde el común denominador es la variedad de estilos y formas de vida. Pues bien, un conocido miembro de la planta de profesores, que anteriormente me había tratado con todo el respeto y la amabilidad, esta vez se mostró sorprendido ante mi cambio de apariencia, y lo expresó de la siguiente manera: "¿Qué le pasó? Yo pensé que era diferente". 

Lo tomé con humor, en realidad. Aunque como ya había mencionado, resulta extraño pensar que se hubiese sorprendido con mi color de cabello en un lugar donde ese tipo de cambios es bastante normal. Lo que me lleva a la segunda frase. ¿Cómo se puede ser diferente únicamente por cambiar el color del cabello? Seguramente sí se necesita ser un poco más atrevido para llevar algo que sabes que va a llamar la atención en la calle, y que atraerá miradas pero... ¿fue eso lo que quiso decir? Porque sonaría más al tipo "Yo pensé que usted era una persona decente". Y si es así, realmente me confundiría que se pudiera definir a un tipo de persona únicamente por su color de pelo.

No obstante, estos episodios no son la razón que me llevó a escribir esta entrada. Unos días después, un domingo cualquiera, andaba por el supermercado con el cabello recogido y sin alisar. Debo admitir que no se veía tan mal como luce normalmente si no está estilizado, pero igual me gané varias miradas de desaprobación. De hecho, más que desaprobación, parecían expresar repugnancia. Y es que de repente pareciera que yo fuera alguna suerte de pandillera o ladrona únicamente por mi color de cabello. La cajera del supermercado estuvo a punto de soltarme una carcajada en la cara al mirarme, evento que en realidad me causó gracia. Aún así sigo sin entender las dimensiones de la importancia de un estilo en la manera como vemos a los demás. Eso sí, quisiera añadir que en ninguno de los dos casos (mis anécdotas con las medias y el cabello), fui juzgada por algún niño... sí he podido notar sus caritas de curiosidad o fascinación ante mi melena morada, pero libres de juicios de valor. Eso demuestra, además, que los prejuicios son un asunto social, no necesariamente inherente a la humanidad en sí misma. 

El objetivo de esta publicación no es cambiar el mundo, eliminar los prejuicios, evitar que juzguemos un libro por su portada. Es absurdo e hipócrita decir que yo misma no he juzgado y quizás juzgo a diario a las personas que están a mi alrededor por la manera como lucen. Después de todo, es con la apariencia que generamos opiniones en los demás cuando no nos conocemos. Pero seguramente valdría la pena revisar la manera como miramos y tratamos a los demás. Independientemente de nuestra opinión sobre los otros, creo que todos los seres humanos merecemos respeto, y una gran manera de demostrarlo, es no destruir a nadie con la mirada mientras anda por la vida descubriendo quien realmente es. Creo que está perfectamente claro, por lo menos en mi experiencia, que en este momento y en este lugar, tantas frases bonitas en las redes sociales no son más que eso, frases que constituyen parte de una utopía que aún exige mucho trabajo y educación. 
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*Las medias de la imagen son similares a las mías, pero no son el mismo modelo ni marca.
**Si a alguien le interesara, aprovecho la ocasión para presentarles mi cabello, y al amor de mi vida.

Después de lo que parece ser mucho tiempo sin haber aparecido por el blog (me reservo la publicación de la razón de esta desaparición), regreso con una entrada mucho más liviana en comparación con los arrebatos adolescentes que solían constituir el centro de esta página (aunque no quiere decir que el drama se haya terminado... es probablemente una suspensión).