jueves, 29 de septiembre de 2011

Pure insanity

“Silencio. Oscuridad. Más silencio. Una sombra creada por la tenue luz de la luna se mueve con cuidado como si alguien pudiese verla. Un grito desgarrador. Nuevamente, todo en silencio. Quizás es momento de dar todo por terminado. Tal vez es la hora de dejar de jugar a que se es alguien más… siempre lo supiste, ¿no? La sangre, tu sangre, brota de tu vientre y tu pecho, y empieza a manchar la inmaculada cerámica blanca. Tus piernas pierden fuerza y te deslizas con cuidado hacia el suelo, intentando no manchar el tejido de cama, además…“

Y eso es todo. Un estruendoso sonido en la casa de al lado cortó el hilo de mis pensamientos mientras intentaba canalizar mis locuras. Arrojé el cuaderno rosado al suelo, dejando escapar un sonido de frustración. Gruñí, grité y pataleé por un buen rato. Saqué al gato de mi habitación, y continué con el espectáculo. Pronto tenía todo hecho un desastre. De mis brazos surgieron delgados hilos de sangre, fruto de heridas que no entendí cómo me había hecho. Grité tu nombre histéricamente… ¿y sabes qué? Nada pasó. Porque tú te fuiste. Te conformaste con darme esperanzas, sonrisas, un par de consejos, y te fuiste. Me pediste que no llorara por ti porque estarías en un lugar mejor, pero yo no te quiero en un lugar mejor. Te quiero aquí conmigo… fuiste el único que me decía las cosas con tanta frialdad que me hacía entrar en razón en el acto. Dolía, sí. Pero me mantenía cuerda. Yo confiaba en ti, D. Y un día no estabas más.

¿Por qué decidí recordarte? Pude elegir olvidarme de ti de buenas a primeras, como cualquier otra persona. Pero me pareció que con todo lo que me enseñaste, merecías ser recordado por alguien, y estuve dispuesta a ser ese alguien. Ahora no sé si hice bien. ¿Tengo la fuerza que se necesita?

Los brazos empezaron a arder, igualmente las peladuras de las rodillas. Una capa superficial de piel se levantó y sangra. Por un segundo, habría jurado que la sangre es de color púrpura. Concordaría con el monstruo en que me he convertido. Me eché a reír. ¿Quién es el fenómeno ahora?

Quizás a estas alturas podría tener tan buena suerte que el techo de la habitación se caería. Una muerte fácil. Aplastada como un insecto, y sin el trabajo de suicidarme… porque si me suicido no podría estar nunca contigo. Y por supuesto que necesito verte una vez más para preguntarte por qué, para reclamarte, para llorar en tus brazos y sentirme mejor al fin.

Desperté dos horas después en la misma posición, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas estiradas. La sangre estaba seca y no sentía más molestias que una fuerte jaqueca. Con movimientos ligeramente más rápidos que la cámara lenta de una película, empecé a recoger el vidrio roto del suelo, hacer la cama de nuevo, guardar la ropa en el armario y el cuadernillo en la mesa de noche. Tal vez, después de todo, no te necesito. Puedo convertirme en una astronauta, si me da la gana, porque es lo que decido. Seré presidente de cinco naciones porque me da la gana. Pero, eso sí… nunca más confiaré en alguien. El amor, de todo tipo, es una farsa.