lunes, 23 de noviembre de 2009

Sin título

Silencio. Completo silencio. Solos tú y tus pensamientos, dando vueltas lentamente alrededor de tu cabeza. Demasiado lento. Demasiadas imágenes. Demasiadas palabras. Entonces, ya no estás solo. El sonido del reloj se arrastra en tus oídos, lentamente, pero tan fuerte, como si estuviera incrustado en tu cabeza. Tu cuerpo se encoge ante la comprensión de la señal. Tiempo. Todo es acerca de él. Cuánto ha pasado, cuánto queda. Cuánto tiempo pasa mientras tú estás sentado aguardando. ¿Por cuánto tiempo más? Una carrera contrarreloj. Tic, tac. Una y otra vez en tu cabeza. Repetitivo, constante. Algo que nunca se detiene, por más que desees que pare, se acelere o se retrase… siempre es igual. Tic, tac. Es como si… casi como si… No. Debes callar a ese reloj.

Te levantas desesperado, y conectas el equipo de sonido. Música a todo volumen. No más reloj. No más tiempo. Solo la guitarra eléctrica, el bajo, la batería, y la voz en tu mente. Cuando nadie comprende, tú lo haces. Pero no es que comprendas la vida, no. Sólo te comprendes mejor que nadie. Porque nadie más ha querido hacerlo. Porque nadie más que tú lo hará jamás. Nunca ha importado. Nunca importará. Sólo cierra la boca, cúrvala en una sonrisa. Será igual que siempre. Pocas personas te importan. Y sabes que para algunas de ellas, también eres importante. Es suficiente con mantener a tu lado aquellas que quieran estarlo. Aquellas a quienes les puedas mostrar lo que deseas. Aquellas que quieran verlo. Tic, tac.

Otra vez te sumerges en la música. Porque no importa cuánto duela. Sigues creyendo en evitar, en atrasar, en intentar. El reloj es un enemigo. Pero puede usarse a tu favor. Sólo debes serenarte. Quizás no todo sea tan oscuro, y sólo sea obra de… bueno, no importa. Pero mientras tengas lo necesario para que tu cuerpo sobreviva bien, debes encargarte de tu alma. Siendo mejor persona. Aprendiendo, no dejándote llevar por la primera emoción que te sacuda completamente y quiera moverte a hacer algo de lo que te arrepentirás. Qué inmaduro e injusto es no valorar lo que tienes. Qué inmaduro e injusto es sólo darte cuenta de ello, una vez que lo has perdido. Y así es la naturaleza del ser humano. Pero que sea algo natural, no significa que sea completamente inevitable. No todas las veces puedes dar la espalda, argumentando que es parte de ti. Si realmente amas, lucha por ello. No te dejes vencer. Levántate el mismo número de veces que caigas. Aún tienes una pelea pendiente con el reloj.